¿Te sientes solo? El miedo a la soledad

En la vida hay situaciones que nos mueven a sentir una profunda soledad: verse alejado de los seres queridos, las pérdidas y las etapas de duelo, una ruptura de pareja, algunos momentos de cambio vital importantes, etapas de dificultades en las que sentimos que el apoyo del entorno se retira, momentos en los que existe una fuerte necesidad de sentir el calor y el cariño de otras personas,... En estos momentos, el sentimiento de soledad impuesta - ya sea física o emocional - puede despertar en nosotros de forma intensa. Y así, conectamos con tristeza o desánimo, con enfado o resentimiento, con dolor por sentirnos abandonados y con otros estados emocionales que pueden llegar a ser abrumadores y complicados de sostener.  

 

La soledad elegida, en cambio, emerge en esas situaciones en las que nos sentimos plenos, abundantes, en paz con la vida y abiertos a disfrutar de los pequeños y grandes placeres que la vida nos trae. La soledad elegida cubre nuestras necesidades de retiro, de silencio, de estar con uno mismo y disfrutar de esos momentos, de sentirse tan a gusto en la propia piel, de sentirnos realizados y ocupando el buen lugar en la vida.

 

¿Por qué nos sentimos solos?

 

En consulta muchas personas profundizan en sus sentimientos de soledad. Algunas de ellas experimentan una profunda soledad mientras transitan por etapas de duelo, de pérdidas, de cambios o por determinadas circumstancias complicadas. Por ejemplo, una persona que después de una relación de pareja muy larga afronta la separación o la madre que después de dedicar toda una vida a cuidar de sus hijos transita el momento de que éstos marchen de casa y construyan sus propias vidas independientes. En este tipo de situaciones, es natural conectar con este sentimiento de soledad. Forma parte del propio proceso de duelo y de adaptación al cambio, a lo nuevo, 

 

Hay otras soledades un tanto más curiosos y difíciles de comprender: la persona dice tener una buena vida, un buen círculo de amistades, una familia que le apoya y una relación de pareja satisfactoria y, aún así, siente en lo más profundo de sí una soledad inmensa, un vacío que no logra llenar con nadie ni con nada. Hay personas que me cuentan este sentimiento de soledad les ha acompañado desde la infancia, a pesar de haber tenido una infancia feliz. En estos casos, profundizar en la soledad puede llevarnos a hechos que sucedieron en la infancia o en la adolescencia, incluso durante el embarazo, y que la persona vivió de forma traumática. Vivencias de abandono o rechazo, situaciones difíciles que no fueron integradas completamente... en estos casos es importante realizar un trabajo profundo en terapia para sanar el origen de este sentimiento y poder concluir todos estos asuntos pendientes del pasado que nos están generando esta intensa y crónica soledad. 

 

La baja autoestima y la soledad

 

Venimos a la vida solos y nos vamos de la vida solos. Debemos aprender a lidiar con las circumstancias más trascendentales de nuestra existencia - nacimiento, vida y muerte - completamente solos y esto implica aprender a valernos por nosotros mismos. A pesar de que tengamos persona a nuestro alrededor que nos quieran y nos apoyen, debemos aprender a desplegarnos en la vida mediante nuestros propios recursos de la mejor forma posible. 

 

Por ello, es muy importante realizar un trabajo interno que nos permita contactar con nuestros propios recursos y herramientas internas para que, sean cuales sean nuestras circumstancias, podamos afrontarlas y tirar adelante sin depender de la ayuda externa, que a veces puede estar disponible y otras veces no. 

 

La autoestima de una persona influye en la propia imagen que tenemos acerca de nosotros mismos, de nuestras capacidades, de nuestras posibilidades, de nuestros recursos para afrontar la vida y autoapoyarnos ante las distintas situaciones que experimentamos. Si nuestra autoestima es sana, confiamos en nosotros mismos y tenemos la certeza de poder sostenernos ante las adversidades y dificultades. En cambio, si nuestra autoestima está dañada o es baja, podemos caer en la percepción de que nos no podemos valer por nosotros mismos, de que carecemos de recursos internos suficientes para afrontar la vida y, entonces, nos volvemos dependientes del entorno para satisfacer nuestras necesidades de afecto, de seguridad, de protección...

 

Buscamos fuera lo que creemos que no poseemos dentro, aunque esto implique desposeerse del propio poder personal y cederlo al entorno, ponerse a merced de las circumstancias y sentir que uno no puede cambiar nada de lo que sucede, sentirnos víctimas de nuestro destino. En esta posición podemos enfadarnos con la vida y con los demás por sentir que no satisfacen nuestro vacío interno, podemos sentirnos desesperanzados o sentir una pena profunda por uno mismo, podemos sentirnos impotentes o frustrados y paralizarnos ante las circumstancias, podemos caer en culpabilizar al entorno de lo que nos sucede y no hacernos responsables de nuestras propias vidas y decisiones... También podemos tratar de cubrir nuestro vacío interior y nuestras necesidades afectivas llenando nuestra agenda de trabajo, quedándonos enganchados a relaciones de pareja tóxicas o que nos aportan poco con tal de no sentirnos solos, tratando de buscar la aprobación y el reconocimiento de los demás a costa...todas estas estrategias, aun que funcionen bien a corto plazo y nos ayuden a cubrir temporalmente nuestro vacío interior, a largo plazo dejan de ser efectivas porque no ahondamos en las raíces verdaderas del sentimiento  de soledad. ni logramos una autoestima sana y sólida.

 

¿Cómo se soluciona este miedo a la soledad?

 

Para superar nuestro miedo, es necesario afrontarlo. Para ello, puede ayudarnos mucho realizar un proceso de terapia acompañados por un terapeuta que nos ayude a conocernos mejor, a comprender los orígenes de nuestro sentimiento de soledad y de nuestra baja autoestima y que nos facilite apoyo y recursos para sanar nuestras heridas emocionales de base. En estos procesos, aprendemos a desarrollar una mirada más realista y autocompasiva hacia nosotros mismos, descubrimos nuestros recursos internos y nos empoderamos para poder llevar las riendas de nuestra vida, tomamos conciencia de quién somos y de qué experiencias de nuestro pasado han modelado nuestra manera de afrontar la soledad, encontramos un espacio de seguridad en el que poder contactar lentamente y amorosamente con nuestra parte herida y atenderla, cuidarla, escuchar qué necesidades no satisfechas nos quedaron y encontrar formas sanas y nuevas de satisfacerlas.